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ella con una sonrisa triste y ojos asustados-. En el cristal del vientre de mi amo pude ver vuestra entrada
en el salón del sátrapa y vi que éste se despertó y se enfrentó a vosotros. Yo..., yo seguí mirando... y vi
que estabais en su poder, y entonces lo arriesgué todo por el Corazón.
-Es una suerte que lo hicieras -reconoció Conan con gesto adusto.
En ese momento Atalis le oprimió el brazo.
-¡Mira!
La nube dorada de Tammuz era ahora una figura gigantesca y deslumbrante que irradiaba un brillo
enceguecedor, con forma apenas humana pero de un tama o imponente, semejante a los colosos
tallados en piedra por manos desconocidas en las tierras de Shem.
La oscura figura de Nergal también adquiría dimensiones gigantescas. Ahora se había convertido en
una cosa enorme, oscura, brutal, pesada y deforme que se parecía más a un prodigioso simio que a un
hombre. En su cabeza bestial centelleaban con un fuego maligno dos ojos rasgados de color verde
como estrellas de esmeralda.
Las dos fuerzas se acercaron con un estruendo estremecedor, como el de dos mundos en colisión.
Hasta las paredes temblaron ante la violencia del choque. Algún sentido semiolvidado dentro de su
cuerpo les dijo a los cuatro presentes que allí se enfrentaban dos fuerzas titánicas y cósmicas. El aire
estaba saturado con el amargo hedor del ozono. Grandes chispas de un fuego eléctrico crepitaban y
estallaban con furia, mientras el dios dorado y el sombrío demonio medían sus fuerzas.
Rayos de un resplandor insoportable atravesaron la sombría figura que luchaba. Centellas de glorioso
brillo la rasgaron convirtiéndola en jirones de vacilante oscuridad. Por un instante, la oscura telara a
envolvió y empa ó a la figura dorada y brillante, pero sólo por un momento. Luego se oyó otro trueno
como si la tierra estuviera temblando, y la figura negra se disolvió en el abrazo mortal de la figura de
brillo enceguecedor, y desapareció sin dejar rastro. Por un momento la figura luminosa se cernió
sobre el estrado y lo consumió como si fuera una pira funeraria, y en seguida desapareció también.
Luego reinó el silencio en la impresionante sala de Munthassem Khan. Los dos talismanes habían
desaparecido del estrado; nadie supo si quedaron reducidos a minúsculos átomos por la violencia de
las fuerzas cósmicas allí liberadas, o si fueron transportados a algún lugar remoto en espera de que
volvieran a ser despertados los seres que simbolizaban y contenían.
¿Y el cuerpo que se encontraba sobre el estrado? Nada quedaba de él, salvo un pu ado de cenizas.
-El corazón siempre es más fuerte que la mano -dijo Atalis con suavidad, en medio de un silencio
total.
Conan puso las riendas al negro corcel con mano dura pero maestra. El animal tembló, impaciente por
partir, y sus cascos resonaron en el empedrado. El muchacho sonrió y el entusiasmo del bárbaro
pareció contagiar a la soberbia yegua. Un amplio manto de seda color escarlata caía de sus anchos
hombros, y su cota de malla plateada brilló a la luz del día.
-Entonces, ¿estás decidido a dejarnos, Conan? -preguntó el príncipe Than, resplandeciente con su
nuevo atuendo de sátrapa de Yaralet.
-¡Sí! El puesto del sátrapa es demasiado tranquilo, y yo deseo tomar parte en esta nueva ofensiva que
el rey Yildiz está lanzando contra las tribus de las monta as. ¡Con una semana de inacción me he
hartado de paz! De modo que... ¡adiós, Than; adiós, Atalis!
El bárbaro agitó con fuerza las riendas y la yegua negra salió al galope del patio de la casa del vidente,
mientras Atalis y el príncipe le despedían con gesto benigno.
-Es extra o que un mercenario como Conan acepte menos recompensa de la que puede obtener -
comentó el nuevo sátrapa-. Le he ofrecido un cofre lleno de oro, que le hubiera bastado para vivir
cómodamente el resto de su vida, pero él sólo cogió una peque a bolsa, el caballo que encontró en el
campo de batalla, unas armas y algunos trajes. Dijo que llevar demasiado oro entorpecería su marcha.
Atalis se encogió de hombros y sonrió, se alando el extremo del patio. Una esbelta muchacha
brithunia de larga y rizada cabellera apareció en el umbral de la puerta. Se acercó a Conan, que hizo
detener a la yegua y se inclinó para hablar con ella. Después de intercambiar algunas palabras, cogió a
la moza por la cintura, la levantó y la sentó delante de él en la montura. Ella se sentó de lado, rodeó
con sus brazos el fornido torso del cimmerio y apoyó la cabeza en su pecho.
Conan dio media vuelta, agitó sonriendo uno de sus musculosos brazos a modo de despedida y partió
con la grácil muchacha aferrada a él.
Atalis se rió en voz baja y dijo:
-Algunos hombres luchan por algo más que por un simple cofre de oro.
La ciudad de las calaveras
Conan permanece al servicio del rey de Turan durante unos dos a os, y se conviene en un experto
jinete y arquero. Viaja por los inmensos desiertos, monta as y selvas de Hirkania y llega hasta las
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