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¿Cómo va el hombro?
Estiró el brazo e hizo un movimiento de giro, cauteloso, tentativo.
Está curando bien. Intacto. En dos o tres días lo tendré como nuevo.
Entonces, sí, te has pasado. No podrás llevar esa mochila con un solo hombro.
Keeton pareció preocuparse un poco.
¿Y esto? preguntó.
Con un movimiento del hombro, hizo aparecer el rifle Lee-Enfield que llevaba a la
espalda. Era un rifle pesado, como yo sabía por experiencia, y todavía olía a aceite.
Obviamente, Keeton acababa de limpiarlo e impermeabilizarlo. Se sacó unas cajas de
munición del bolsillo de la chaqueta de cuero. En el del pecho llevaba una automática, y la
munición para ésta apareció bajo la cremallera del bolsillo del pantalón. Cuando terminó
de descargar cosas, su volumen se había reducido a la mitad. De repente, volvía a
parecer el piloto esbelto de días anteriores.
Pensé que nos vendrían bien dijo.
En cierto modo tenía razón, pero sacudí la cabeza. Uno de los dos tendría que llevar
todo aquello, y un viaje por el bosque denso, salvaje, no se presta a llevar una cantidad
de equipaje pesado irracional. El hombro de Keeton había curado rápidamente, pero si
sometía la herida a demasiada presión y roce constantes, pronto empezaría a dolerle de
nuevo. Mis propias heridas también habían curado, y me sentía fuerte, pero no tanto
como para añadir el peso de diez kilos de rifle a mi cuello.
Pero habría rifles en el bosque. Ya me había encontrado con un trabuco. No sabía si
existían o no figuras heroicas de tiempos más recientes en el bosque, ni qué tipo de
armamento podían tener.
Quizá la pistola... dije . Pero Harry, el hombre que buscamos es primitivo. Ha
elegido la espada y la lanza, y pienso desafiarle de la misma manera.
Lo comprendo asintió Keeton con voz serena.
Cogió la pistola y volvió a guardarla en la sobaquera.
Vaciamos su mochila y descartamos un montón de objetos que, según acordamos, no
eran absolutamente necesarios. Llevábamos comida suficiente para una semana, en
forma de pan, queso, fruta y carne salada. Una pequeña tienda de campaña pareció
apropiada. Frascos de agua, por si sólo encontrábamos agua envenenada. Coñac,
alcohol medicinal, vendas, crema antiséptica, ungüento antihongos..., todo eso lo
consideramos imprescindible. Un plato para cada uno, jarras esmaltadas, cerillas y una
pequeña cantidad de paja muy seca. El resto del equipaje consistía en ropa, una muda
completa para cada uno. Lo más pesado era la tela impermeable que yo había
conseguido en la mansión. La ropa de cuero de Keeton también era muy pesada, pero
parecía adecuada por su calidez e impermeabilidad.
¡Todo eso para un viaje entre un grupo de árboles que podíamos rodear en menos de
una hora! ¡Qué pronto habíamos aceptado los dos la naturaleza oculta del Bosque
Ryhope!
Christian se había llevado el mapa original. Extendí la copia que había hecho de
memoria, y mostré a Keeton la ruta que me proponía seguir, a lo largo del arroyo, hasta el
lugar llamado las Cataratas de Piedra. Eso implicaba cruzar dos zonas, una de las cuales,
si mal no recordaba, recibía el nombre de Zona del Pasaje Oscilante.
Christian nos llevaba una semana de ventaja, pero yo confiaba en que encontraríamos
rastros de su paso hacia el interior.
En cuanto amaneció, cogí mi lanza con punta de piedra, y me colgué la espada celta
que me había regalado Magidion. Luego, con toda ceremonia, cerré la puerta trasera de
Refugio del Roble. Keeton hizo un par de chistes desganados sobre dejarle una nota al
lechero, pero se calló en cuanto di la vuelta hacia el bosquecillo de robles y eché a andar.
El corazón se me aceleró al recordar a los halcones que salieron de entre los árboles en
llamas. Por cierto, los árboles se habían regenerado bien pronto, y volvían a tener todo su
follaje veraniego. Iba a ser un día cálido y tranquilo. El bosquecillo de robles estaba
antinaturalmente silencioso.
Caminamos entre los delgados troncos, y salimos al campo abierto, para bajar la ladera
hacia el Arroyo Arisco. Cruzamos la destartalada valla que parecía guardar el bosque
fantasma del mundo mortal.
«He descubierto un cuarto camino hacia las zonas más profundas del bosque.
El arroyo. Qué obvio parece ahora... ¡un camino de agua! Creo que nos servirá para
llegar al mismo corazón del bosque. ¡Pero el tiempo, siempre el tiempo...!» Keeton me
ayudó a derribar la vieja puerta, allí por donde estaba clavada a un árbol. Se hallaba casi
enterrada en la orilla del riachuelo, y se desprendió, dejando un rastro de hierbas,
podredumbre, musgo y raíces. Más allá de la valla, el arroyo se ensanchaba, se hacía
más profundo, hasta transformarse en una poza muy peligrosa, bordeada de espinos. Me
descalcé, me enrollé los pantalones hacia arriba y vadeé la poza por la orilla,
cautelosamente alerta contra las ramas y raíces de aquella primera zona defensiva,
bastante natural. Al principio, el fondo de la poza era resbaladizo, y luego se tornó blando.
El agua, helada, turbia, me azotaba las piernas. Y, en cuanto entramos en el bosque, el
frío se cernió sobre nosotros. De pronto, nos sentimos separados del día luminoso del
exterior.
Keeton resbaló, y le ayudé a salir del lodo que cubría la orilla. Tuvimos que abrirnos
paso a la fuerza entre la maraña de espinos y fresnos, para seguir caminando por el
borde del riachuelo. Aquí y allá encontramos trozos de verja, tan viejos y putrefactos que
se rompían al tocarlos. Aunque había muchos pájaros en el follaje alto y oscuro que nos
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