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nuevamente concentrarse en el desierto color de rosa y en las piedras.
Pero algo en su corazón lo mantenía intranquilo.
«Sigue siempre las señales», le había dicho el viejo rey. Y el
muchacho pensó en Fátima. Se acordó de lo que había visto, y
presintió lo que estaba a punto de suceder.
Con mucha dificultad salió del trance en que había entrado. Se
levantó y comenzó a caminar en dirección a las palmeras. Una vez más
percibía el múltiple lenguaje de las cosas: esta vez, el desierto era
seguro, y el oasis se había transformado en un peligro.
El camellero estaba sentado al pie de una datilera, contemplando
también la puesta del sol. Vio salir al muchacho de detrás de una de
las dunas.
-Se aproxima un ejército -dijo-. He tenido una visión.
-El desierto llena de visiones el corazón de un hombre -repuso el
camellero.
Pero el muchacho le explicó lo de los gavilanes: estaba contem-
plando su vuelo cuando se había sumergido de repente en el Alma del
Mundo.
El camellero permaneció callado; entendía lo que el muchacho
decía. Sabía que cualquier cosa en la faz de la tierra puede contar la
historia de todas las cosas. Si abriese un libro en cualquier página, o
mirase las manos de las personas, o las cartas de la baraja, o el vuelo de
los pájaros, o fuera lo que fuese, cualquier persona encontraría alguna
conexión de sentido con alguna situación que estaba viviendo. Pero
en verdad, no eran las cosas las que mostraban nada; eran las personas
que, al mirarlas, descubrían la manera de penetrar en el Alma del
Mundo.
El desierto estaba lleno de hombres que se ganaban la vida porque
podían penetrar con facilidad en el Alma del Mundo. Se les conocía
con el nombre de Adivinos, y eran muy temidos por las mujeres y los
ancianos. Los Guerreros raramente los consultaban, porque era
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imposible entrar en una batalla sabiendo cuándo se va a morir. Los
Guerreros preferían el sabor de la lucha y la emoción de lo desconoci-
do. El futuro había sido escrito por Alá, y cualquier cosa que hubiese
escrito era siempre para el bien del hombre. Entonces los Guerreros
apenas vivían el presente, porque el presente estaba lleno de sorpresas
y ellos tenían que vigilar muchas cosas: dónde estaba la espada del
enemigo, dónde estaba su caballo, cuál era el próximo golpe que debía
lanzar para salvar la vida.
El camellero no era un Guerrero, y ya había consultado a algunos
Adivinos. Muchos le habían dicho cosas acertadas, otros, cosas
equivocadas. Hasta que uno de ellos, el más viejo (y el más temido) le
preguntó por qué estaba tan interesado en saber su futuro.
-Para poder hacer las cosas -repuso el camellero-. Y cambiar lo que
no me gustaría que sucediera.
-Entonces dejará de ser tu futuro -replicó el Adivino.
-Entonces tal vez quiero conocer el futuro para prepararme para las
cosas que vendrán.
-Si son cosas buenas, cuando lleguen serán una agradable sorpresa
-dijo el Adivino-. Y si son malas, empezarás a sufrir mucho antes de
que sucedan.
-Quiero conocer el futuro porque soy un hombre -dijo el camelle-
ro al Adivino-. Y los hombres viven en función de su futuro.
El Adivino guardó silencio unos instantes. Él era especialista en el
juego de varillas, que se arrojaban al suelo y se interpretaban según la
manera en que caían. Aquel día él no lanzó las varillas, sino que las
envolvió en un pañuelo y las volvió a colocar en el bolsillo.
-Me gano la vida adivinando el futuro de las personas -dijo-.
Conozco la ciencia de las varillas y sé cómo utilizarla para penetrar en
este espacio donde todo está escrito. Allí puedo leer el pasado,
descubrir lo que ya fue olvidado y entender las señales del presente.
»Cuando las personas me consultan, yo no estoy leyendo el futuro;
estoy adivinando el futuro. Porque el futuro pertenece a Dios, y él
sólo lo revela en circunstancias extraordinarias. ¿Y cómo consigo
adivinar el futuro? Por las señales del presente. Es en el presente donde
está el secreto; si prestas atención al presente, podrás mejorarlo. Y si
mejoras el presente, lo que sucederá después también será mejor.
Olvida el futuro y vive cada día de tu vida en las enseñanzas de la Ley
y en la confianza de que Dios cuida de sus hijos. Cada día trae en sí la
Eternidad.
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El camellero quiso saber cuáles eran las circunstancias en las que
Dios permitía ver el futuro:
-Cuando Él mismo lo muestra. Y Dios muestra el futuro raramente,
y por una única razón: es un futuro que fue escrito para ser cambiado.
Dios había mostrado un futuro al muchacho, pensó el camellero,
porque quería que el muchacho fuese Su instrumento.
-Ve a hablar con los jefes tribales -le dijo-. Háblales de los guerreros
que se aproximan.
-Se reirán de mí.
-Son hombres del desierto, y los hombres del desierto están
acostumbrados a las señales.
-Entonces ya deben de saberlo.
-Ellos no se preocupan por eso. Creen que si tienen que saber algo
que Alá quiera contarles, lo sabrán a través de alguna persona. Ya pasó [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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