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hacia atrs; tenia en una mano, contra el pantalón gris
perla, un sombrero de copa y guantes... No pude evitar
cierta admiración; no vi en l nada mediocre, nada
que diera motivo a la crtica: pies pequeos, manos
finas, anchos hombros de luchador, elegancia discreta,
con una pizca de fantasa. Ofreca cortsmente a los
visitantes la nitidez sin arrugas de su rostro; hasta
flotaba en sus labios la sombra de una sonrisa. Pero
sus ojos grises no sonrean. Poda tener cincuenta
aos; estaba joven y fresco como a los treinta. Era
hermoso. Renunci a pillarlo en falta. Pero l no me
soltó. Le en sus ojos un juicio tranquilo e implacable.
Comprend entonces todo lo que nos separaba:
lo que yo poda pensar de l no lo alcanzaba, era
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exactamente psicologa como la de las novelas. Pero
su juicio me traspasaba como una espada y pona en
duda hasta mi derecho a existir. Y era verdad, siempre
lo haba sabido: yo no tena derecho a existir. Haba
aparecido por casualidad, exista como una piedra,
como una planta, como un microbio. Mi vida creca a
la buena de Dios, y en todas direcciones. A veces me
enviaba vagas seales; otras veces sólo senta un
zumbido sin consecuencias.
Pero con ese hermoso hombre sin defectos,
muerto hoy, con Jean Pacme, hijo del Pacme de la
Defensa Nacional, la cosa era muy distinta: los latidos
de su corazón y los rumores sordos de sus órganos le
llegaban en forma de pequeos derechos instantneos
y puros. Durante sesenta aos, sin desfallecimientos,
haba hecho uso del derecho a vivir. Qu magnficos
ojos grises! Jams haba pasado por ellos la sombra
de una duda. Adems, Pacme no se haba equivocado
nunca.
Siempre cumplió con su deber, con todos sus
deberes: de hijo, de esposo, de padre, de jefe. Tambin
reclamó sin debilidad sus derechos: nio, el derecho a
ser bien educado en una familia unida, el derecho a
heredar un nombre sin tacha, un negocio próspero;
marido, el derecho a gozar de cuidados, de tierno
afecto; padre, el de ser venerado; jefe, el derecho a
ser obedecido sin chistar. Pues un derecho es la otra
cara de un deber. Su xito extraordinario (los Pacme
son hoy la familia ms rica de Bouville) nunca debió
de asombrarle. Nunca se dijo que era feliz, y cuando
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algo le proporcionaba placer, deba de entregarse a l
con moderación, diciendo:  Es un entretenimiento . De
este modo, al pasar al rango de derecho, el placer
perda su agresiva futilidad. A la izquierda, un poco
ms arriba de su pelo gris azulado, en un estante, vi
unos libros. Eran bellas encuadernaciones;
seguramente seran clsicos. Sin duda Pacme lea a
la noche, antes de dormirse, unas pginas de  su viejo
Montaigne o una oda de Horacio en el texto latino. A
veces tambin leera, para informarse, una obra
contempornea. As haba conocido a Barrs y a
Bourget. Al cabo de un rato dejaba el libro. Sonrea.
La mirada perda su admirable vigilancia; se tornaba
casi soadora.
Deca:  Cunto ms simple y difcil es cumplir
con el deber .
Nunca ms pensó en s mismo: era un jefe.
Otros jefes colgaban de las paredes; hasta era lo
nico que haba. Jefe era ese anciano verde grisceo
en su sillón. El chaleco blanco resultaba una afortunada
evocación de su pelo plateado. (En esos retratos 
pintados sobre todo con fines de edificación moral ,
la exactitud llegaba hasta el escrpulo, pero sin excluir
la preocupación artstica.) Posaba su larga y fina mano
en la cabeza de un muchachito. Haba un libro abierto
sobre sus rodillas. Pero su mirada erraba en la lejana.
Vea todas esas cosas invisibles para los jóvenes. Su
nombre figuraba en un losange de madera dorada,
encima del retrato; deba de llamarse Pacme, o
Parrottin o Chaigneau. No se me ocurrió ir a
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comprobarlo; para sus allegados, para ese nio, para
l mismo, era simplemente el Abuelo; dentro de un
instante, si consideraba llegada la hora de mostrar a
su nieto el alcance de sus futuros deberes, hablara de
s mismo en tercera persona:  Vas a prometer a tu
abuelo que sers muy juicioso, queridito, y trabajars
mucho el ao próximo. Tal vez el ao próximo el abuelo
ya no est aqu .
En el ocaso de la vida, derramaba sobre todos su
indulgente bondad. Yo mismo, en caso de que me viera
 pero era transparente a sus miradas , hallara
gracia a sus ojos; l pensara que en otros tiempos
haba tenido abuelos. No reclamaba nada; ya no hay
deseos a esa edad. Nada, salvo que bajaran ligeramente
el tono al entrar; que hubiera a su paso un matiz de
ternura y respeto en las sonrisas; nada, salvo que su
nuera dijese, a veces:  Pap es extraordinario; est [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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